Vol. 2
Silvina Ocampo
Antonia, que cumple cuatro, le pide el disfraz de Merlina a su tía -mi mejor amiga y la hermana menor de la anécdota-, pero su mamá veta el regalo. Merlina Addams no es una opción porque mata gente; si quiere un disfraz, puede ser de princesa. Se deciden por Bella. Se sabe que las hermanas mayores ordenan.
Merlina, usualmente cruel, está fascinada con lo oculto, la muerte y lo macabro. Es una hipérbole desde ya, un personaje entrañable que cataliza inclinaciones e intrigas habituales de la niñez. La literatura está llena de Merlinas y la obra de Silvina Ocampo, devota de lo inquietante, se ha encargado especialmente de ellas.
Alicia Dujovne Ortiz dice que las historias de Silvina son “pequeños sepulcros adornados con plumas y piedritas, rituales de niña mala que ha matado un insecto y le rinde honores”. Ocampo entiende la inocencia (me fascina que el segundo nombre de Silvina era Inocencia: Silvina Inocencia María Ocampo Aguirre) y entiende que esa curiosidad despatarrada puede derivar fácilmente en crueldad. Los niños parecen no tener tacto ni corazón cuando nos preguntan por las arrugas que tenemos alrededor de los ojos, diseccionan un insecto, nos cortan el teléfono sin ocultar el hastío, se ríen del horror, o se regocijan con lo escatológico. Helen Oyeyemi lo señala bien: “Ocampo entiende que muchas de nuestras crueldades y maldades resultan de raptos de distracción”. Será que los niños tienen más libertad para la distracción.
Hay un cuento de Silvina al que siempre vuelvo: una niña disfruta de la amistad de Roberta, una chica más grande que le presta atención. La nena percibe cierta animosidad por parte de Roberta hacia Arminda, la amiga que está a punto de casarse. De manera subrepticia, en medio de los preparativos, guarda una araña en el rodete perfecto de la novia, que unas horas después cae muerta en la entrada a la Iglesia. El gesto es terrible, pero tiene el ribete de la inocencia, de la curiosidad. Nadie le cree a la niña cuando cuenta, mortificada, lo que hizo. Es solo una nena y parece imposible aceptar hasta dónde pueden llegar los raptos de inocencia (o distracción). Silvina es maravillosa porque se deleita sin pacatería en esos instantes.
Me frustra la negativa al disfraz de Antonia. Los adultos, tan pacatos, tendemos a olvidar la importancia de sublimar el deseo a través del juego, el disfraz, la lectura. En la introducción a los Cuentos de hadas de Angela Carter, se dice que “los cuentos tradicionales, populares o maravillosos proporcionan al niño una guía para lograr una buena integración de la personalidad que incluye la satisfacción de sus impulsos inconfesables (el ello) y la victoria final del yo”. Los impulsos inconfesables son inevitables y “[s]in un espejo en el que reconocer sus propias pulsiones asociales, destructivas, agresivas e inadmisibles, los pequeños se sienten solos, sacan la conclusión de que nadie más comparte tales vuelos de imaginación”.
Ariana Harwicz escribía en un tweet de 2020: “En una juguetería (repleta: museos y teatros cerrados) una madre le decía al hijo que elija algo no violento. El chico quería jugar a la guerra. Le dijo que no hay que ser violento. Jugar, pensé yo, jugar, sublimar en criollo. Si no se puede sublimar, la contraofensiva será peor.”
— “La Boda”, La furia (1959) en: Cuentos completos I, Buenos Aires, Emecé, 2010
FOTOGRAFÍA: UKI ESPONA